En el transcurso de mis 13 años de experiencia en la industria del software, he participado en una amplia variedad de productos y proyectos, desde mis inicios como Software Engineer hasta llegar a roles de liderazgo como Director de Producto. He trabajado tanto con Startups como con grandes corporaciones con estructuras más tradicionales. A lo largo de este camino, he observado cómo las formas de trabajo ágiles han evolucionado y cómo su implementación ha afectado la eficiencia de los equipos y el impacto en los Productos.
Hoy en día, es común ver titulares sobre despidos en masa, Scrum Masters y Agile Coaches buscando nuevas direcciones en sus carreras, y el surgimiento de enfoques como Agile 2.0. Esto plantea una serie de preguntas: ¿La agilidad ha llegado a su fin? ¿Estamos presenciando un retorno al mundo pre-Scrum, con una resurrección de los jefes de proyecto y una nueva fiebre de certificaciones PMI 😂? Aunque estas dudas puedan parecer razonables en el contexto actual, mi respuesta es un rotundo no. La agilidad, bien entendida y aplicada, es más relevante y necesaria que nunca en un mundo que exige adaptabilidad, eficiencia y entrega de valor constante.
El problema de la Agilidad con “A” mayúscula
El CTO de una de las startups más reconocidas en Chile me dijo una vez: "La agilidad debe ser un sustantivo, no un pronombre. No es una marca, es una serie de principios y valores".
El principal problema no reside en la agilidad en sí, sino en cómo se ha interpretado y aplicado. La Agilidad con “A” mayúscula se ha convertido, en muchos casos, en un conjunto rígido de prácticas y ceremonias que deben seguirse al pie de la letra, olvidando el verdadero propósito de estas formas de trabajo: adaptarse y responder al cambio de manera efectiva. En un mercado que requiere cada vez más un enfoque lean, muchas organizaciones se han estancado en una implementación superficial de estas formas de trabajo, priorizando lo que dice un libro por sobre la realidad de la empresa y su cultura. Y, por supuesto, teniendo resultados mediocres.
Esta interpretación errónea ha dado lugar a una mala reputación de la agilidad y sus evangelizadores, asociándolos con roles que no aportan valor real. Estos individuos, a menudo, carecen de una comprensión profunda del trabajo que realiza su equipo y de los desafíos que enfrenta, lo que resulta en una gestión ineficaz y una desconexión con los objetivos de la organización.
La agilidad con "a" minúscula
La agilidad verdadera, la que se escribe con "a" minúscula, es un conjunto de principios y valores que guían la forma en que los equipos deben operar. No se trata de seguir una forma de trabajo de manera rígida, sino de adoptar un enfoque crítico y reflexivo, ajustando las prácticas a las necesidades específicas del equipo, la cultura de la empresa y del producto en su etapa de desarrollo.
Este enfoque promueve el aprendizaje empírico sobre el teórico, priorizando la experimentación y la adaptación continua sobre la adherencia estricta a un conjunto de reglas. En lugar de acumular certificaciones sin un propósito claro, es más valioso construir experiencia real, comprender los desafíos específicos del entorno de trabajo y contribuir activamente a mejorar las prácticas del equipo. La agilidad efectiva implica que todos los miembros del equipo, incluidos los contribuidores individuales, aporten no solo en términos de entrega de trabajo, sino también en la mejora continua de la forma de trabajo.
La importancia de la agilidad en tiempos de cambio
Vivimos en un entorno de negocio caracterizado por la incertidumbre y el cambio constante. Las crisis globales, como las pandemias o el mercado cambiante, obligan a las empresas a ser más ágiles y resilientes. En este contexto, la agilidad no solo es relevante, sino crítica. Equipos lean, orientados a la entrega de valor y capaces de adaptarse rápidamente a nuevas circunstancias, tienen una ventaja competitiva significativa. Además, la presión sobre las startups para alcanzar un EBITDA positivo o, al menos, reducir su burn rate, se alinea perfectamente con los principios ágiles de eficiencia y foco en el valor generado a los clientes finales.
En resumen, la agilidad no está muerta; más bien, está evolucionando. Los valores fundamentales de la agilidad, como la adaptabilidad, la entrega continua de valor y el enfoque en las personas, son más relevantes que nunca. Las empresas, tanto grandes como pequeñas, necesitan equipos que puedan adaptarse rápidamente a un mercado cambiante y ultra competitivo. Sin embargo, es crucial recordar que la agilidad no es una solución "one-size-fits-all". Fue diseñada para entornos complejos donde se necesita responder a lo desconocido.
Si sientes que tu equipo es demasiado burocrático, tiene un bajo delivery o estás enfrentando desafíos para implementar formas de trabajo, no dudes en buscar asesoramiento. La agilidad no se trata de seguir un conjunto de reglas, sino de adoptar una mentalidad que permita a las organizaciones adaptarse y prosperar en un mundo en constante cambio. Si tienes desafíos, escríbeme.